Cuaderno de ruta: El Aaiún, El Marsa, Bojador, 200 kilómetros.
Después de desayunar con el saharaui “segovia” salí temprano de la ciudad del Laayoune. En poco tiempo recorrí los 25 kilómetros, Laayoune está en el interior, que separan la ciudad de su puerto pesquero, llamado El Marsa, el cual está creciendo mucho y tiene una gran zona industrial dedicada a la conserva del pescado.
Al salir de esta ciudad-puerto me encontré, como quien dice, de golpe y porrazo con el viento de frente. Mi velocidad disminuyó, el avanzar por esas rectas interminables con asfalto rugoso y ondulado se hacia difícil. La velocidad, en mi cuentakilómetros, a pesar de mi esfuerzo no superaba los 10 kilómetros por hora. Aunque es la única carretera que atraviesa el Sahara de norte a sur, la N-1, no hay mucho tráfico, pero cada vez que me adelantaba o me cruzaba con un solitario camión lanzaba mucha arena contra mí. Al rato paro un coche, su conductor me dio una botella de agua y en perfecto castellano me dijo que el viento no pararía hasta dentro de un par de días y que a unos pocos kilómetros de allí venía otro ciclista. Continué “pedaleando contra el viento”, como diría mi amigo Miguel, contra el dios Eolo. Mi moral, al no avanzar, se vino abajo, se derrumbó. Me detuve al encontrarme con una camioneta parada en el lado contrario. La camioneta invadía parte del carril contrario, estaba levantada y sujetada por unos bidones de metal de esos de 200 litros, y debajo de ella tres personas, dos de ellas mecánicos, se afanaban en cambiar todo el eje trasero a la vez que tomaban un té. Les saludé, no hablaban nada más que árabe, me dieron té que me tomé a la sombra que proporcionaba la camioneta, creo que la única sombra en muchos kilómetros a la redonda, me tumbé, descansé e incluso me dormí un rato. Cuando los mecánicos terminaron su trabajo nos despedimos, los ocupantes de la furgoneta continuaron hacia el norte y yo hacia el sur,… contra el viento.
En todo el día no había podido avanzar más de 60 kilómetros. En un momento apoyé mi bici en una señal de la carretera y distinguí a lo lejos que venían tres autocaravanas seguidas, al ir acercándose a mí, vi, ¡cómo no!, que eran francesas,… les hice un gesto con una botella de agua vacía, y…no pararon, incluso creo que aceleraron, no debieron entender mi gesto, eran europeos. Al rato cruzó un viejo coche que remolcaba a otro vehículo, hice el mismo gesto que a los de las caravanas, éstos sí debieron entenderlo, pararon, eran tres saharauis y con una botella me llenaron mis dos bidones de la bici. Espere otro rato, pasó una furgoneta, creo que me entendieron y yo a ellos, con gestos me dijeron que no tenían agua. Durante un buen rato no pasó ningún vehículo más, hasta que a lo lejos divisé un camión que se iba acercando poco a poco, tampoco paró pero… por la ventanilla lanzaron contra la arena una botella de 1700 cls., llenita y perfectamente cerrada.
En media hora habían pasado 6 vehículos y yo había conseguido casi 3 litros de agua, suficiente para beber un poco, cocinar esa noche y desayunar al día siguiente. Además del fuerte viento este es el día que más calor ha hecho desde que llevo en el desierto, mi termómetro marcó los 33 grados y con el viento tan seco la sensación era muy, pero que muy calurosa. Hasta ahora en el Sahara por la noche suele bajar la temperatura bastante y por el día no ha hecho un calor excesivo, unos 20, 22 grados como máximo, aunque el sol es muy fuerte. Quiero recordar que me encuentro en la zona del trópico de Cáncer.
Donde estaba decidí pasar la noche contento de haber conseguido agua y protegido del viento por una pequeña construcción de piedras que allí había y deseando y ansiando que al día siguiente no hubiera viento. Durante toda la noche el viento fue fortísimo por lo que la mañana siguiente no me sorprendió, viento, viento y viento y además dirección norte, y yo voy hacia el sur. Pedaleé. Al poco paré un rato para descansar; los kilómetros parecían no correr, no avanzaba. Como diría mi paisano Doroteo, “estaba humillado pero valiente”. El viento, el dios Eolo, me había humillado y me hizo sentir una tan insignificante poca cosa en esa inmensidad del desierto que…, e hizo que casi no fuera capaz de avanzar…, pero…, a la vez hizo que todavía estaba valiente y con ilusión de seguir atravesando este inmenso desierto con mi “picala”, mi bici.
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Estando allí al lado de la carretera vi de lejos una figura que se acercaba muy despacio por la carretera. Pensé, no es un coche, no es un camión, es… una bici. Cuando se acercó más, efectivamente pude comprobar que era una bici, de esas que el ciclista va casi tumbado con los pies por delante. Su conductor se llama Alexander y era el ciclista que el día anterior me habían hablado de él; un alemán que lleva más de 7000 kilómetros desde que salió de su ciudad. Su intención es llegar a Sudáfrica y regresar por el este del continente africano dirección sur norte. La llegada de este ciclista me dio fuerza a mi moral humillada y juntos pedaleamos un buen rato contra el viento hasta que cansados decidimos acampar. ¡Qué noche sahariana!, el fuerte viento que nos acompañaba y además… apareció… la lluvia. Estoy en uno de los sitios del mundo que menos llueve, pero esa noche llovió y… mucho. A mitad de la noche y al ver que en el suelo de mi tienda había agua, -no la he montado bien tensa y está entrando el agua- pensé, pero al salir de ella, todo alrededor era un lodazal, el suelo es muy arcilloso y por eso el agua no filtraba. Así que tanto Alexander como yo amanecimos en un charco y todas nuestras cosas mojadas. Y el sol se resistía a salir de detras de las nubes para que secara un poco nuestras cosas, el saco, la esterilla y demás… Esperamos pero… encima de vez en cuando llovía otro rato. Al final decidimos guardar todo y seguir hacia la ciudad de Boujdour (Bojador), nos separaban unos 50 kilómetros, pero que curioso paisaje… el desierto inundado, incluso en algún lugar el agua pasaba por encima de la “carretera”. Llegamos a la ciudad y pasamos la noche.
Bojador es una ciudad situada en el cabo del mismo nombre, en el noroeste del Sahara Occidental Ocupado, a unos 200 kilómetros al sur del Laayoune (El AAiún).
El primer navegante europeo que llegó hasta el cabo fue el marino portugués Gil Eanes en 1434 en su decimoquinta expedición, bajo los auspicios del príncipe Enrique el Navegante. La desaparición de muchos barcos europeos que navegaron por la zona había dado lugar a mitos como el de la existencia de monstruos marinos y el de la imposibilidad de pasar el cabo Bojador hacia el sur.
La principal preocupación en los viajes de cabotaje residía en los cambios de los vientos que se producen en la zona próxima al cabo Bojador, donde comienzan a soplar fuertemente del noreste en todas las estaciones. Ese famoso viento es el que a mi me humilló.
Salud.